Margarita Toro, líder del Clan de Los Toro fue secuestrada en la puerta de su casa por un grupo armado que ya había privado de la libertad a otros dos hombres vinculados al narcomenudeo. Un integrante de su grupo –se cree que sería Ismael Toro- envió un audio para amenazar a sus rivales que terminó espantando a todos los tucumanos. Cuatro días después, Los Carrión (otra organización sospechada de tener una red dedicada a la venta de drogas en Villa 9 de Julio) habría aprovechado el golpe de sus eternos rivales para atacarlos a balazos limpios el sábado. Sí, no está equivocado: lo que espantó a los tucumanos es muy similar a lo que sucede en México desde hace varios años.
Esta realidad asusta. Pero es mucho más espantoso entender por qué se llegó a esta situación. Y siempre aparece la inacción del Estado como principal motivo. El audio de la venganza fue crudo y cruel. El autor hablaba de armas, de que no le tenía miedo a la Policía y que se moverían por distintos sectores de la ciudad para vengar a la “Patrona”. Las personas que recibieron el mensaje se presentaron en la oficina del fiscal Claudio Bonari y plantearon el caso. Lograron que le pusieran una consigna y nada más. En cualquier lugar del mundo se hubieran realizados allanamientos para determinar si era cierto que ambos grupos están armados como se pavonearon. Y, si no encontraban el arsenal, al menos los sospechosos sentirían que la Ley los estaba persiguiendo. Los uniformados, después de que se produjera el hecho, salieron a las calles a perseguirlos. En menos de 24 horas detuvieron a cuatro supuestos miembros de los clanes con armas y una Ford Eco Sport con impacto de balas. ¿Por qué lo hicieron después?
En realidad todo lo que se haga contra estos grupos que llenan de muerte la provincia -vendiendo droga y matando gente a balazos- será tarde. Será muy difícil frenarlos porque se movieron durante más de una década amparados en las sombras de la impunidad. Villa 9 de Julio aparece como el lugar donde surgió el narcomenudeo. En ese sector de la comunidad se impuso el modelo de que una sola persona dirigía una red de quioscos de venta de droga. Ese barrio fue cuidado durante varios años por el mismo comisario. Siempre había alguien que pedía que no fuera trasladado porque se llevaba muy bien con toda la comunidad y había logrado llevar algo de paz. Con el paso del tiempo, hasta sus ex compañeros sospechan sobre cuáles eran los reales motivos por los que era inamovible.
Patricia Bullrich, ministra de Seguridad de la Nación, como lo hizo el kirchnerismo, volvió a pedirles a las provincias que se hicieran cargo de las causas de narcomenudeo (ventas en menor escala) para que la Justicia Federal persiguiera a los grandes narcos. Nuestra provincia se adhirió en 2014 a esa Ley, pero después de muchas idas y vueltas, la Corte Suprema de Justicia dijo que era imposible llevar adelante esa medida. Han pasado cuatro años y ni el Poder Ejecutivo ni el Legislativo pusieron el grito en el cielo o avanzaron para ponerla en práctica. Los resultados están a la vista: en la Justicia Federal, 10 empleados atienden unas 1.000 causas por año. “La situación es muy difícil. Nos cuesta muchísimo desbaratar las grandes bandas con la que acabamos con 10 quioscos y encima no podemos atender el reclamo de la gente que nos pide que saquemos las drogas de los barrios”, dijo una alta fuente de la Justicia Federal.
Tampoco se hizo algo para frenar la demanda de drogas. No se tiene en cuenta que también se combate a estos grupos disminuyendo la cantidad de adictos. Los centros de recuperación siguen siendo insuficientes y con meros anuncios tampoco se soluciona el problema. Hace años que se aprobó la Ley de Atención al Adicto, pero en ese tiempo está cajoneada porque no se la reglamentó. Aquí hay una responsabilidad compartida: el PE no la pone en vigencia y el PL no cuestiona esa inacción.
Para muchos tucumanos este es un tema difícil de entender porque no lo viven y no lo sienten diariamente, a la vuelta de sus casas. Creen que es algo distante, que solo se da en los barrios de la periferia. Pero el peligro se está acercando a pasos agigantados.